Crítica A Complete Unknown biopic de Bob Dylan dirigido por James Mangold con Timothée Chalamet, Edward Norton, Elle Fanning, Monica Barbaro
Una de las mejores películas del año
A James Mangold de le da muy bien el biopic musical, y aún mejor el biopic de la música folk estadounidense, como ya demostró en su anterior película En la cuerda floja (2005), dedicada a seguir los pasos de Johnny Cash, con el que se reencuentra, esta vez en calidad de personaje secundario, en el recorrido por los primeros pasos de la carrera de Bob Dylan que es Un completo desconocido.
En la cuerda floja
Además, es lo suficientemente inteligente y está lo suficientemente interesado y comprometido con el tema como para encontrar la manera de diferenciar aquella otra película de ésta que ahora nos propone haciendo honor a las enormes diferencias entre los músicos que retrata.
Sin embargo, opino que en este nuevo paseo por el mundo de los estilos más puros de la música estadounidense y la poesía social que domina la misma, el director ha sabido aportarle aún más personalidad y saca aún mejor rendimiento de su encuentro con la figura de Bob Dylan del ya buen partido que sacó a la figura de su Johnny Cash interpretado por Joaquin Phoenix para En la cuerda floja.
Ritmo diabólico
Una de las claves es el ritmo diabólico que le imprime a la película, que es el mejor que he visto en este tipo de biopics musicales de los últimos tiempos y consiguiendo una película que juega con ventaja en el territorio de Bohemian Rhapsody (Bryan Singer, 2018) y Rocketman (Dexter Fletcher, 2019).
Tal y como ocurre en estas películas los temas musicales, obviamente en este caso de Dylan, constituyen la columna vertebral narrativa de todo su relato, pero al contrario que en las dos anteriores, o en todo caso de manera más subrayada por la propia naturaleza del tipo de música que maneja, las letras de los temas son el verdadero diálogo de la película por encima del diálogo del guion.
Dicen más sobre los personajes y sus conflictos, especialmente en el caso de Dylan y Joan Baez, y además consiguen trasladarnos desde nuestra actualidad a momentos míticos claves de la evolución de la música en Estados Unidos. Mangold prácticamente nos mete de cabeza entre bastidores de los conciertos de Dylan y Baez, con una cercanía que inevitablemente actúa como motor del ritmo de su película.
El reto de Chalamet
Su mejor compañero de viaje y aliado ante las cámaras es el trabajo que realiza Timothée Chalamet componiendo el Bob Dylan que la película necesita, que no necesariamente tiene que ser el de la vida real, porque esta película está lejos de querer ser un documental, aunque aporte mucha información y muy interesante a la hora de retratar el entorno musical de la música estadounidense de los años sesenta en el que se desenvuelve su protagonista. En ese sentido me parece significativa la manera en la que filma los conciertos, con planos del público desde el escenario para sumergirnos al máximo en el territorio de los músicos y en su mundo y conflictos.
Y Chalamet no lo tiene fácil, no solo porque Dylan es un gigante de sombra muy alargada, sino porque además su interpretación se asienta más sobre la mirada y los silencios que sobre los diálogos, ya que, como he dicho, el verdadero diálogo de la película son los temas musicales que prácticamente se encadenan como continuidad absoluta en la película con un ritmo endiablado e imparable.
Dicho ritmo hace que las dos horas y veinte minutos de metraje se le antojen al espectador mucho más cortas, de manera que cuando la película termina no solo se nos ha hecho corta, sino que lamentamos ser arrancados de ese mundo de Bob Dylan y sus compañeros músicos con los que hemos convivido plenamente durante toda la proyección.
Norton pilar esencial y pulso femenino
Mención especial merece Edward Norton en el papel de Pete Seeger, personaje que va más allá de los atributos del secundario principal para convertirse en un soporte esencial de todo el andamiaje del relato desde un modesto segundo plano en el que sin embargo llega a tener casi tanto protagonismo como el propio Bob Dylan de Chalamet.
Respecto al pulso entre las dos presencias femeninas de la película hay que declarar empate técnico, porque si bien el personaje de Sylvie Russo que interpreta Elle Fanning es más tópico y previsible que la Joan Baez a la que da vida Monica Barbaro, mientras ésta despliega su personaje desde la mirada y el silencio, la primera afronta esa previsibilidad de su personaje con la habitual que ya le conocemos a una de las actrices con más talento de su generación, haciendo viables y arrancando de las garras del tópico los que podrían haber sido los momentos más flojos de la propuesta, y no lo son fundamentalmente gracias a ella.
Miguel Juan Payán
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Crítica A Complete Unknown