Crítica Daniela Forever película dirigida por Nacho Vigalondo y protagonizada por Henry Golding, Beatrice Grannö, Aura Garrido, Rubén Ochandiano y Nathalie Poza.
De qué va Daniela forever
Nicolás (Henry Golding) es un músico con una profunda depresión sentimental, provocada por la muerte de su enamorada, Daniela (Breatrice Grannö). Un día, el joven escucha el consejo de una amiga que ha pasado por una situación parecida a la suya, la cual le habla sobre la existencia de un centro experimental que proporciona unas pastillas con las que es posible recrear una realidad paralela; un universo virtual donde la felicidad desvanecida puede ser elaborada de nuevo.
Nicolás firma los papeles correspondientes para convertirse en receptor del extraño compuesto de laboratorio; y, después de ingerir la primera dosis, empieza a soñar con Daniela. Sin embargo, el fármaco tiene efectos imprevistos en la psique del antiguo pinchadiscos.
Crítica de Daniela forever
Nacho Vigalondo escenifica un guion fantasioso y atmosférico, que deambula entre la vigilia y el sueño; y lo hace a través de una narración rota a base de secuencias aparentemente aisladas, como si fueran episodios carentes de racionalidad conceptual. La capacidad del cineasta para ilustrar los diferentes estados de ánimo de Nicolás (el personaje principal de la cinta) dota a la película de un potente efecto romántico, y envuelve el producto en un figurado velo onírico, que genera asfixia y sorpresa.
Los giros constantes en la trama fragmentada permiten a Vigalondo acercarse a la realidad química que marca la existencia del papel que interpreta con verosimilitud Henry Golding; un hombre metido en un laberinto de emociones ilusorias, en el que la figura de la huidiza Daniela se antoja como una quimera imposible de retener, incluso para el cerebro del músico. Esos encuentros y desencuentros entre Nicolás y su musa conforman el nudo argumental de una obra que renuncia desde el inicio a un desarrollo meramente coherente o controlado.
Dentro del interés por mostrar las evocaciones (reales o imaginarias) del protagonista, Vigalondo apuesta por incorporar distintos formatos de imagen y escenificación; algo que despista un poco a los espectadores, y que se recibe como un recurso demasiado gratuito, irrelevante a la hora de aportar un mínimo de claridad simbólica a lo que cuenta el film.
Las continuas peleas de Nicolás consigo mismo y con los fantasmas que lo atenazan diseñan un metraje algo rocambolesco y artificial, que solo consigue elevar la factura temática a través del intenso amor que este muestra hacia la difusa Daniela. Este ingrediente melodramático de naturaleza ficticia es el elemento más atrayente de la cinta, aunque se echa en falta que el papel de Daniela tenga una mayor definición individual, más allá de las ensoñaciones que plantea su poco fiable compañero de aventuras.
Entre la realidad perceptible (que pronto pierde todo su carácter reconocible) y las vivencias farmacéuticas de Nicolás, Vigalondo despliega una deconstrucción escénica realmente imaginativa, donde Henry Golding (Nicolás) y Beatrice Grannö (Daniela) ejercen como vaporosos guías, en medio del caos colectivo que exhibe el film.
Las conexiones técnicas con Origen
La fórmula usada por Nacho Vigalondo para desarrollar Daniela Forever recuerda mucho a la utilizada por Christopher Nolan, en Origen. En ambos largometrajes existe una tendencia a jugar con la arquitectura y los espacios urbanísticos; elementos que se transforman visualmente al antojo de los personajes, y según los intereses que estos tienen en cada una de las secuencias en las que aparecen.
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Origen, por el recurso de la deformación de las localizaciones, y Todo a la vez en todas partes, por el uso de una narración surrealista a lo largo de la evolución argumental.
Jesús Martín
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Crítica Daniela Forever