Crítica Los pecadores película dirigida por Ryan Coogler con Michael B. Jordan, Hailee Steinfeld, Wunmi Mosaku
Mejor y más interesante en su primera parte que en su fábula vampírica.
El director y el coprotagonista de Creed (2015) y Pantera Negra (2018) nos proponen una curiosa muestra de cine de explotación y cine de denuncia en una misma propuesta de dos películas en una que les sale mejor en su primer y segundo actos que en el tercero. Se han marcado una especie de programa doble en una misma película y a base de eso acaban compitiendo consigo mismos.
Gánsteres y música ganan a vampiros
Me explico. La primera parte de su trama con el tema del regreso de los gemelos a su tierra y sus planes para abrir un local dedicado al blues es incuestionablemente una muy buena película, bien dirigida, resolviendo con mucha competencia el desarrollo de personajes y sus tramas en una sólida reconstrucción de época, pero además con personalidad propia y perfectamente capaz de sacar adelante con solidez sus momentos más arriesgados, como ese número musical en el que conviven varias culturas y épocas, o en general cualquiera de los momentos musicales que hay en el largometraje.
La seriedad y sobriedad con la que aborda Coogler la presentación de sus personajes, conflictos y situaciones en la presentación de desarrollo de su trama me parecen ejemplares y desde la dirección muestran no solo el talento sino también la personalidad del director a la hora de jugar la carta de los géneros, con la misma solidez que le conocemos en sus dos mejores películas hasta el momento, Pantera Negra y Creed.
Final reiterativo
Pero curiosamente cuando llega a la frontera del segundo tramo de Los pecadores, esto es, cuando se materializa la amenaza vampírica y la película se desliza hacia un espectáculo de acción bien coreografiado y desarrollado visualmente como tal, comete el error de tomarse demasiado en serio a sí mismo como peripecia fantástica, y finalmente le cuesta rematar la jugada en una sucesión de varios finales que evidencian las fragilidades de la película: ser un tanto reiterativa y algo ingenua en la formulación de su propuesta de contenido de reivindicación y denuncia social, muy obvia en la aplicación de sus metáforas y ligeramente excesiva en su metraje.
Baste decir que no hay nada, o casi, que cortar en el primer y segundo acto, porque todo lo que allí se narra es esencial, aunque la presentación del antagonista y en general todo lo que le rodea resulte tópica, previsible y bidimensional frente a la presentación de los protagonistas y los personajes que los rodean. Esa presentación del antagonista presenta sin embargo un punto muy positivo y bien introducido, aunque lamentablemente no desarrollado, en el breve aporte, una pincelada, de la tribu de las primeras naciones, que entran y salen del relato demasiado rápido.
Pero en su fase como relato de terror y acción, y sobre todo en el desenlace, con esos dobles finales sobre el mismo personaje e idea, repitiendo mismo tema y mismo motivo incluso después de los créditos, o en esa secuencia de acción final de ajuste de cuentas que no llega a desarrollar todo su potencial para ser un final de impacto y que funcionaría mejor como guinda de secuencia extra posterior a créditos, la tijera se echa en falta.
Antagonista tópico y sin desarrollo
En todo lo anterior la película me ha recordado algo que explicaba Benjamín Prado en su prólogo a la novela Tren nocturno, de Martin Amis, cuando destacaba la acertada inclinación de este escritor del que afirma que, como los mejores escritores, Amis “ha buscado en la mayoría de sus libros las dos caras de la historia que estaba contando, que es la única forma de contar la historia entera, con sus hechos y sus contradicciones: sin no hay dos extremos, es imposible que haya una cuerda; si no hay abismos, los personajes no tienen ni dónde caerse ni de dónde levantarse”.
El problema que tiene Los pecadores es precisamente que no aporta trama sólida a su antagonista, llegando a esas dos caras de la historia. Adolece de una falta de desarrollo del villano, que queda convertido en mera caricatura, el “malo” de rigor, sin complicarse, lo cual resulta doblemente frustrante porque está servido por uno de los mejores actores jóvenes de nuestros días, Jack O´Connell. Un lamentable desperdicio. Además, y no por casualidad en relación con ese mismo personaje que es el catalizador del cambio de género de la película hacia el terror, sorprende que la película se tome tan en serio a sí misma y le falte el sentido del humor imprescindible para convertir ese tercer acto loco y trepidante en un festival de terror capaz de autoparodiarse ganándose la complicidad del público.
Más gánsteres y menos vampiros
Por eso precisamente a Quentin Tarantino, tan hábil jugando la carta de metalenguaje y autorreflexión sobre sí mismas de sus propuestas y personajes, se le da mejor en su guion para Abierto hasta el amanecer (Robert Rodríguez, 1996), la película que Ryan Coogler cita como una de las fuentes de inspiración para Los pecadores, el giro genérico de la trama de cine negro a la trama de terror.
Falta personalidad, humor y conciencia de su propia fragilidad en la parte vampírica de la película, mientras sobra talento y propuesta interesante en la primera parte, hasta el punto de que uno casi lamenta que los vampiros no se hayan quedado en su ataúd permitiendo que la trama de ese sueño de los gemelos convertido en pesadilla no se aparte del territorio de lo sobrenatural para seguir desarrollándose en el campo de la trama de gánster rurales de los años treinta con su trasfondo de enfrentamiento racial.
Miguel Juan Payán
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