El realizador representa mediante esta alegoría sociopolítica la eterna desigualdad de clases y la avaricia y el egoísmo de aquellos que gozan de todos los privilegios inimaginables. Queda reflejado perfectamente cuando Trimagasi prefiere estropear los platos y tirar el vino a que sean degustados por los de niveles inferiores. Un acto inhumano y de enorme podredumbre moral que entronca perfectamente con las ideas que sobrevuelan la cabeza de los personajes según el nivel en el que se encuentran. ¿Matar en los niveles más bajos para sobrevivir? ¿O ayudar en los superiores para favorecer la supervivencia del resto? Son las cuestiones principales que sostienen la película y que nos permiten vislumbrar los recovecos más oscuros del ser humano.
Por sus tesis y ambientes malsanos y laberínticos es inevitable que a uno le vengan a la cabeza películas como Cube o Saw, pero los guionistas David Desola y Pedro Rivero han sido lo suficientemente inteligentes de distanciarse y pulir algunas de sus imperfecciones. Mientras que en el film de Natali el enigma a resolver jugaba en contra de la construcción de los protagonistas, la película de Gaztelu-Urrutia se aproxima a unas conclusiones similares, pero poniendo el foco en los personajes sin que por ello caiga el interés. Para el recuerdo queda Goreng, que huye del estereotipo, y especialmente Trimagasi, una especie de Hannibal Lecter moderno, metódico y con un particular sentido de la violencia. Sin embargo, y al contrario que la saga de Jigsaw, estos estallidos de violencia y gore lo que buscan remover no son los estómagos sino las conciencias.
Con semejantes mimbres, El hoyo está dando que hablar gracias a su estreno masivo en Netflix y se ha convertido por derecho propio en una de las películas más interesantes del pasado año.
Alejandro Gómez
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