Franco nos sitúa en una boda de clase alta, donde en vísperas de la revolución, un antiguo trabajador suplica por dinero para la operación que salve a su esposa. Sus antiguos empleadores se comportan… como lo hacen muchos ricos en esos casos. Con un desdén y mezquindad. Pero la hija de la familia es un ser humano decente. Y sin saberlo va a iniciar una serie de movimientos de fichas de dominó que caen una detrás de otra y ante las que nadie puede hacer nada, no importa el dinero que tengas. No importa lo poderoso que creas ser ante la corrupción, el poder real y la fuerza. Y la película supone un baño de realidad.
El director y guionista asegura que no hay nada de su ideología en la película, y no sé si creerlo. Lo que sí hay es un miedo a esa revolución no porque no sea justa, sino porque hay muchos pecados que esconder y de los que no se salvaría nadie cuando tiene dinero para defenderse. El final de la rebelión muestra claramente el camino que puede acontecer si algo así pasase. O que aconteció en el pasado (hay un par de detalles que pueden recordar a Desaparecido de Costa-Gavras) y volverá a suceder. Unos pocos aprovechándose de la lucha entre ambos. El final es clarísimo al respecto. Vean quién debe pagar las deudas de los demás. Vean quién es o no culpable.
Quien lleva el peso de casi toda la historia es Naian González Norvind. Un personaje magnífico y el núcleo de la historia. De todos los personajes de clase alta, el único rescatable. El único noble y decente, y la actriz lo borda en el viaje del mismo. Como también lo borda el director en su composición de lugares y en momentos realmente perturbadores, como las torturas. Pero se le va la mano con la misma facilidad con la que compone los planos. Se difumina en algún territorio donde debería ser algo menos neutral y más firma emocional e ideológicamente. Esos detalles son los que le alejan de ser una de las grandes películas del año, pero no de ser una magnífica película.
Jesús Usero
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