Un atraco a un banco que sale mal, un grupo de mujeres que huyen de una mansión japonesa en busca de libertad, un prisionero obligado a rescatar a una de ellas de un territorio del que nadie que haya entrado ha salido jamás. Al menos con vida. Esa es la premisa de la historia totalmente disparatada que plantea el guionista, a veces con aire de cómic, con esas escenas que parecen viñetas, esos villanos, esos momentos de luchas imposibles… Nicolas Cage es el encargado de ir a rescatar a la chica, interpretada por Sofia Boutella, y devolverla al Gobernador, un villano de manual al que da vida Bill Moseley y que cuenta con Tak Sakaguchi como su mano derecha y asesino despiadado. Elementos todos ellos para conquistar a la audiencia sin problemas.
Pero sí hay problemas. Quizá no con el reparto. De hecho Nicolas Cage está más contenido que en otras películas, lo que realmente destaca cuando la locura se desata. Parece ser que los personajes se lo toman todo en serio, sin importar la marcianada que suceda delante de sus ojos. En ese aspecto quien mejor funciona delante de las cámaras no es el propio Cage, comprometido con la película como siempre, sino Sofia Boutella, una actriz que no tiene las oportunidades que debería y cuya presencia física es magnífica. Su viaje es el más dramático y quizá eso afecte en una película como ésta. Pero su talento demuestra que es posible aportar algo distinto a una película así. La lástima es que no aprovechen más a Nick Cassavettes o incluso a Bill Moseley.
En todo este caos, Sion Sono se mueve como pez en el agua, pero tengo la sensación de que la película no llega nunca al nivel de locura al que debería o podría llegar. El momento “traje” por ejemplo, está desaprovechado. Si Miike la hubiese dirigido, y parece una película perfecta para él, la locura sería máxima. El surrealismo extremo, y la realidad y ficción sería difícil de elegir. Eso funciona a veces mejor y otras peor, pero aquí Sono no termina de decidirse y afecta al resultado final. Desde escenas tan poéticas como el atraco, con esas paredes blancas y esa máquina de chicles, o los momentos “cómic”. Eso, ese humor disparatado por momentos, esas peleas sangrientas… Ahí es cuando Prisioneros de Ghostland funciona. La pena es que no se decide entre esos dos mundos y queda algo demasiado tibio. Entretenido, divertido por momentos, pero no tanto como esperábamos.
Jesús Usero
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