La trama corre pareja a Charlie McGee (Ryan Kiera Armstrong): una niña bastante diferente a las demás, la cual posee la capacidad para provocar incendios y explosiones de categoría, solo con activar su mente. Hija de unos padres también con alarmantes poderes psíquicos, la pequeña intenta sobrevivir en un hogar lastrado por el miedo a ser descubierta. Una noche, cuando Charlie quema por error los brazos a su madre, un asesino se acerca a la casa. Este hombre tiene la misión de atrapar a la joven; pero, al no hallarla en inmueble, mata a la madre de esta. Tras un peligroso enfrentamiento con el sicario, Charlie y su padre escapan, para mantenerse a salvo de una siniestra agencia gubernamental.
Keith Thomas escenifica el mencionado argumento con la intención de mezclar con habilidad drama, terror y ciencia ficción. Una mixtura en la que se observan ciertas conexiones con títulos de culto como Scanners, de David Cronenberg, La furia, de Brian de Palma, o Carrie, también de De Palma. Sin embargo, algo evita que el experimento salga como el cineasta tenía previsto.
Pese a contar con la brillante actuación de Ryan Kiera Armstrong, en la piel de la peligrosa Charlie, los aficionados rememorarán inevitablemente la caracterización de Drew Barrymore, en la película de 1984. Una realidad que se traslada también a otros aspectos de la cinta, que quedan algo mermados, al ser comparados con los que integraron la obra de Mark L. Lester.
Thomas pierde eficacia cuando utiliza los aperos dramáticos de una familia desestructurada por la naturaleza genética de los miembros del clan, y no recupera las buenas sensaciones cuando se embarca en la variante apocalíptica que despliega Charlie, al intentar salvar a su padre de las manos de los maquiavélicos científicos que pretenden hacerse con el poder que atesora la pequeña.
Jesús Martín
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