Thriller plagado de rostros populares, que no llega a cuajar. La culpa la tiene un guión plagado de tópicos y situaciones comunes, una y mil veces vistas, que no terminan de funcionar por un interés por llevar las dichas situaciones demasiado al límite, tanto que el espectador no termina por creerse lo que sucede en pantalla, no llega a conectar con los personajes y, por lo tanto, no termina de sentir lo que se supone debe sentir con la historia, no llega a intrigarse, no llega a emocionarse, no siente el suspense que debería producirle el hecho de tener al protagonista al borde del abismo durante noventa minutos sin saber si saltará o no.
Su mayor problema, como siempre en estos casos, es el guión. Un hombre alquila una habitación de hotel, toma su última comida, y se encarama al borde del edificio amenazando con saltar. Desde ese momento hasta el final de la película descubriremos los motivos ocultos de ese personaje, un policía acusado y condenado por robo, así como el de los que le rodean, sean policías o gente cercana al caso. Sin embargo descubrir los motivos no le llevará al espectador más que unos minutos, y quien más y quien menos, puede señalar a los villanos de la función desde el minuto 10 de proyección sin errar lo más mínimo. No hay sorpresas, por mucho que lo intente el guión, inundado de tópicos como la policía tocada por un caso anterior, el falso culpable, el villano sin remedio, la llegada de los SWAT… no hay paso que no hayamos visto. Y ni siquiera intenta llevarlo todo un paso más allá para que resulte divertido, no. Decide tomarse en serio a sí misma, convencida de su historia, pese a todo. Recuerda en todo momento a Negociador, aquella película protagonizada por Samuel L. Jackson y Kevin Spacey a finales de los noventa. Pero con menos adrenalina.
En ese sentido lo mejor de la película es sin duda el reparto que capitanea Sam Worthington y que hace lo que puede por vendernos sus personajes (ojo a Elizabeth Banks cuando se despierta y es llamada para encargarse del caso). Demasiado nombre popular y muy poco con lo que levantar los personajes en el papel. Edward Burns, Ed Harris, Jamie Bell, Titus Welliver, Anthony Mackie, Kyra Sedgwick o William Sadler hacen lo que pueden y más con el poco tiempo en pantalla y lo nulo que se cuenta de sus personajes.
La película está pulcramente rodada y tiene un estilo visualmente más que correcto, que en algunos casos llega a generar tensión, aunque abusa de ciertas cosas, como las amenazas de salto, o los excesos que consiguen que no nos creamos ciertas escenas ni por asomo (la escapada inicial, el final, la situación de Jamie Bell…), restándole entretenimiento. No es una mala película, entretiene lo justo y no hace daño a los ojos ni ofende a nadie. Pero con esa premisa y con ese reparto, si hubiesen tenido un guión medianamente valiente hubiese resultado una película muy diferente y mucho más interesante. Una de esas que se recuerdan largo tiempo una vez vista. Y esta no lo es.
Jesús Usero.
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