Si hace no mucho mi compañero Miguel Juan Payán y yo comentábamos el agotamiento del cine de terror actual, cuyas claves argumentales y narrativas empiezan a repetirse una y otra vez hasta el aburrimiento, creando la indiferencia del espectador y el descalabro de más de una película y franquicia, ahora llega El último Exorcismo para demostrar que siempre hay maneras alternativas diferentes y, por momentos, aterradoras, de contar una historia. O al menos formas curiosas para introducirnos en el relato y hacerlo más inquietante y terrorífico. Aunque en este caso se trate de un tema tan manido y visto en los últimos años como el del exorcismo.
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Ante todo El último Exorcista demuestra que el hambre agudiza el ingenio. Quiero decir, que con un presupuesto muy pequeño, se acaba acudiendo de nuevo a provocar la inquietud del espectador a través de la historia, la narración y los personajes, y no a través de efectos especiales, gore o efectismos varios. Dejando crecer la historia, creando un efecto de tensión in crescendo, moviendo la historia de un lado a otro con calma para llegar al lugar y momento adecuados. Dosificando los sustos, dando vida a los personajes… así es como se consigue asustar al espectador realmente. Y cuando no se goza de un presupuesto multimillonario, entonces esas claves se potencian para crear una película potente, tanto visual como temáticamente.
LA pena es que nos llegue a nuestras pantallas tantos meses después de su estreno en USA, porque mucho aficionado la habrá visto ya en la red y quizá no tenga la repercusión comercial en nuestro país que debería o de la que gozó en Estados Unidos, donde multiplicó por 20 su presupuesto de tan sólo 2 millones de dólares. Parte de su éxito, eso sí, recae en una brillante campaña comercial en la que su productor, uno de los nuevos gurús del cine de terror, Eli Roth, participó muy activamente, confiriendo a la cinta de un aire de película de culto antes de su estreno.
Pero al fin ha llegado y la verdad es que merece la pena echarle un vistazo. La película tiene mucho que ver con el éxito de Paranormal Activity, pero también recuerda, de forma continua, a El Proyecto de la Bruja de Blair, sólo que rodada con muchos más medios y con bastante más talento, la verdad, lo que le proporciona un aire desasosegante bastante superior a aquella. Estamos ante un falso documental que gira en torno a la figura de un reverendo y ocasional exorcista, que acepta ser filmado para realizar un documental sobre el tema. Lo que ocurre es que nuestro protagonista no cree demasiado en los exorcismos y prefiere emplear trucos de ilusionismo para convencer a las familias de que el demonio está expulsado para que así pidan ayuda a profesionales médicos.
Es decir, el tipo es un charlatán, sí, pero con las mejores intenciones. Cree en Dios a su manera pero no cree en las posesiones, cree que todo son enfermedades mentales que deben ser tratadas por psiquiatras y así se lo ha demostrado su experiencia. Claro que si de eso se tratase todo, no tendríamos mucha película de terror que contar, ¿verdad?
Uno de los grandes aciertos de El último Exorcismo es que recrea perfectamente el aire de documental que requiere la película. No sólo por sus desconocidos protagonistas, sino por cómo emplea la narrativa del género para mostrarnos las charlas con la gente del lugar, la visita al hospital, las presentaciones de la familia, los diversos parajes en los que sucede la acción (con especial mención a esa granja que parece un cruce del motel de Psicosis con la granja de La mantanza de Texas. Ese aire de naturalidad es lo que hace que la película resulte tan inquietante a medida que avanza el metraje, que los personajes nos resulten reales y creíbles, cercanos, humanos. Son gente de carne y hueso porque lo que estamos viendo es un documental. Aunque no todos los actores estén a la misma altura (el pastor del pueblo resulta excesivo siempre que sale en pantalla, aunque menos mal que lo hace muy brevemente).
Según avanza la película es cuando empiezan a ocurrir cosas inexplicables, sucesos imposibles que llevan al límite a los protagonistas, sobre todo al equipo de grabación y al reverendo, pero también a los miembros de la familia, con ese padre controlador y fanático que educa a sus hijos en casa por miedo a que se contagien del pecado del mundo exterior. Y todo ello nos lleva a situaciones que, sin mucho sobresalto ni sustos baratos, crean una tensión y un miedo a lo cotidiano realmente interesante, y que culminan con el exorcismo en el establo, que tiene momentos realmente buenos que no debemos destripar aquí. Pero no quiten el ojo a la actriz poseída y su hipermovilidad. Escalofriante.
Y siempre con un aire de duda, sin llegar a saber si la chica es una psicótica o realmente está poseída, sin saber si nuestro reverendo será un charlatán hasta el final o tendrá que relegar su futuro a la fe… Hasta que llegan los últimos minutos de metraje. Entonces se les va la mano por completo y la película cambia radicalmente, haciendo que todo el camino anterior suene a farsa, a tomadura de pelo. A tópico barato. Ese final imposible, fuera de lugar y algo irrisorio es lo que peor sienta a una película que, por otro lado, era más que interesante hasta ese momento. Tampoco vamos a reventar la sorpresa aquí, pero el espectador cuando vea la película sabrá perfectamente a qué nos referimos.
Por lo demás, cine de terror más que competente e interesante, que se desvía en sus últimos minutos de lo que podía haber sido un brillante ejercicio sobre la fe, el fanatismo, la desgracia familiar de la gente del campo y los vendedores de pociones milagrosas o humo barato. Para los más aficionados al susto y las vísceras o la sopa de guisantes (es una peli de exorcismos), quizá sepa a poco. A quienes busquen sentir la asfixia del terror real, encontrarán más de un motivo para ver la película.
Jesús Usero