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viernes, abril 25, 2025
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Lo imposible ****

Lo imposible ****

Lo imposible, gran trabajo de dirección y actores sin falso melodrama. Buen cine que dignifica el género de catástrofe.

Basándose en hechos reales, eso sí, convenientemente maquillados para el cine y cambiando algunas cosas y nombres para buscar una más fácil distribución internacional, algo perfectamente lícito desde el punto de vista empresarial (no olvidemos que el cine es sobre todo una industria), Juan Antonio Bayona vuelve a dar en el clavo como ya hiciera con El orfanato. Ambas películas tienen en común un mismo tema central, la familia. Comparten también un mismo planteamiento: mezclar las características de un género con cierta mirada más personal del director sobre sus personajes. El resultado es una curiosa alianza entre las claves del cine comercial y el cine de autor que Bayona mantiene con eficacia en equilibrio y complementándose en todo momento. Ambas películas tienen también en común un gran trabajo de sus actores. Es algo esencial para la manera en la que Bayona se plantea contar su historia, manteniéndose muy cerca de los personajes, en este caso aún más intensamente próximo que en El orfanato, porque no se trata de creaciones de ficción, sino de personajes inspirados por personas reales. El respeto se impone sin que ello coarte en ningún momento la libertad del director para construir los momentos dramáticos. Más bien ocurre lo contrario: es el respeto por los personajes y por la tragedia real que está retratando lo que facilita una clave para contar la historia. Ese respeto a la tragedia real del Tsunami en Tailandia y a sus protagonistas impone un tono de sobriedad en el tratamiento de la trama y los personajes que evita todo exceso o melodrama gratuito. De ese modo, la película queda revestida de una verosimilitud tanto más terrible cuanto que es más creíble. Y así es también más madura que cualquier otro ejercicio de la fórmula genérica de cine de catástrofe rodado hasta el momento. La sobriedad y la madurez de la película deriva por tanto de ese respeto por el tema, que acaba siendo también un respeto por el público, al que no se acosa en un intento de arrancarle las lágrimas por la vía de la hipérbole banal de la tragedia que con frecuencia caracteriza otras películas catastrofistas.

Por supuesto Lo imposible contiene unas espectaculares e impresionantes escenas del tsunami, el mar invadiendo la tierra y consigue personalizar la experiencia de los protagonistas a través del sonido y con un planteamiento visual y una planificación que prolonga en duración e intensidad ese breve apunte del asunto que nos diera Clint Eastwood en Más allá de la vida. Durante diez minutos asistimos a la brutal experiencia de ser arrastrados por el agua con María, la madre que interpreta Naomi Watts, y su hijo Lucas, interpretado por Tom Holland. El sonido y las imágenes se alían para hacernos sentir dentro del agua.

Pero pronto queda claro que, al contrario de lo que ocurre en el cine de catástrofe, aquí la propia catástrofe no es la protagonista, sino el detonante de la verdadera historia, que es una aventura de supervivencia y superación de la adversidad sin lágrimas fáciles ni resonancias épicas. Muy al contrario. Bayona elige una planificación visual espectacular en la que no cae en la trampa de dejarse llevar por la enorme magnitud de la catástrofe hasta convertirla en un espectáculo. Porque su tema son en todo momento las personas, y no sólo personajes.

Ese respeto es también el origen de tres momentos que marcan el tono de madurez y la solidez de la película. El primero nos muestra una reacción de terror del hijo al ver el destrozo en el cuerpo de su madre e inmediatamente después un momento de pudor al ver el seno desnudo. El segundo consigue ponernos el nudo en la garganta cuando el padre llama al abuelo de sus hijos. El tercero es una especie de canto funeral por los que perecieron en la catástrofe, los que nunca fueron encontrados, el recuerdo a los caídos que cada protagonista llevará siempre a través de esas frases y objetos. Es la memoria, que tan frágil se muestra en el público general en cuanto pasan unos días de la tragedia y otra nueva tragedia estalla en algún otro sitio, porque incluso en esto de compadecernos del prójimo nuestra sociedad se cansa pronto de llorar a los mismos muertos y se muestra ávida y voraz en la búsqueda de nuevas catástrofes.

Esos tres momentos recogen el verdadero acierto de Lo imposible junto con la resolución visual de otras secuencias y el talento del director para trabajar con el encuadre y la cámara borrando la distancia que separa al público y los personajes hasta situarnos casi dentro de la propia película. Hay que destacar aquí el trabajo de dirección de actores, que ha conseguido sacar la máxima naturalidad incluso de los integrantes más jóvenes del reparto. En ese sentido los dos hermanos pequeños son un ejemplo de sencillez en la que no se aprecia la afectación que a veces marca la interpretaciones infantiles en el cine. Los niños de esta película realmente parecen niños, no monstruitos sabihondos. En cuanto a Tom Holland forma con Naomi Watts un dúo perfecto, capaz de meternos totalmente dentro de los momentos más duros que viven los personajes que interpretan. Holland me ha recordado otros dos grandes trabajos de jóvenes actores, Christian Bale en El imperio del sol y Jamie Bell en Billy Elliott. Y para ser sincero me resulta difícil pensar en un momento tan intenso de derroche de talento en la filmografía de Ewan McGregor como el que interpreta con un teléfono en esta película.

No niego que la película tiene un recorrido argumental algo limitado, pero creo que eso también obra en su beneficio. La credibilidad de la historia se perdería prolongando el metraje innecesariamente o introduciendo más situaciones y escenarios. Es más verosímil tal y como se nos presenta, centrando la trama en el arco de desarrollo de la vivencia de estas personajes en primera persona.

Podríamos decir que es una historia intimista en un marco espectacular.

Por otra parte no es tan morbosa como podría haber sido, y aunque haya espectadores que no podrán separarse del pañuelo de papel, no es una película que busca la lágrima fácil.

En conclusión: un gran trabajo. Y un notable esfuerzo de producción que no tiene nada que envidiar a cualquier otra cinematografía.

Lo imposible es plenamente exportable, plenamente eficaz para todo tipo de público, en cualquier lugar del mundo.

Miguel Juan Payán


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